Escrito por Qanta Ahmed y publicado en el Times de Israel, el 5 de mayo del 2014. Este artículo habla acerca de la increíble experiencia que la escritora vivió durante su estancia en Israel, y cómo en el hospital Hadassah se atiende a todos sin importar el género, raza o religión.

Es primavera en Rehavia. Dejando atrás las brillantes luces del hotel King David, camino para ir a cenar. Jerusalén brilla por la reciente lluvia. La ciudad está fresca, la brisa de la noche es fresca.  Contemplando mis planes de mañana, me topo con una compañera de trabajo de Nueva York. Al escuchar mi calendario, me dice: “Mañana verás cómo se ve la paz”. Sus palabras se quedaron conmigo por el resto de mi estancia en Israel. Por mucho tiempo, no pensaba en nada más.

Estoy en un elevador en Ein Kerem. El Dr. Mickey Weintraub, director del departamento de pediatría, hematología y oncología del Hospital Hadassah me acompaña al pabellón. En un breve silencio permanezco quieta, rodeada por mis mundos encontrados. A mi derecha está una mujer musulmana con hijab completa y abbayya. A mi izquierda un jasídico alto, con un sombrero y traje del siglo XIX, mirando hacia el frente. Todos siguen la pantalla digital de los pisos cambiantes, pero lo único que puedo hacer es mirar a mi alrededor. Lo que a mí me parece milagroso, para los demás parece rutinario. Mi corto viaje se resume a un recuerdo poderoso: los dicotómicos mundos en los que he hecho mis casas, se han condensado en este poderoso momento, uno donde un jasídico israelí está parado a lado de una mujer musulmana. La tumultuosa región, los turbulentos tiempos se convierten en algo extraordinariamente claro. Por un momento siento una poderosa mirada, al mismo tiempo que ella se me revela: “veo la paz”.

El elevador se abre desvaneciendo el misterio y nos separamos por diferentes caminos. Yo sigo a mi compañero y me presentan al personal y pacientes del departamento de pediatría, hematología y oncología de Hadassah. El pabellón me es familiar, de la misma manera que lo son todos los hospitales. Pero lo que es sorprendentemente diferente es la diversidad de personas que veo en nuestro recorrido.

Enfermeras, doctores, padres de familia y pacientes continúan con el duro trabajo de combatir el cáncer. Los más pequeños llegan en carriolas, otros caminan hacia sus cuartos para recibir el tratamiento. Los padres de familia, que ya llevan tiempo acompañando a sus hijos a tratamiento, apoyan a los padres que apenas asimilan la enfermedad. En algunas zonas del pabellón noto una mesa redonda; puesta de manera informal, familias se juntan alrededor, algunos están recibiendo quimioterapia intravenosa, otros esperan, y otros continúan con su rutina diaria. Padres de familia Haredi, apenas salidos de la adolescencia, apoyan a su hijo con la novedad que los traiciona como nuevos padres. De manera intermitente las enfermeras supervisan signos vitales y toman notas. Algunas enfermeras son árabes  hijabed, otras son mujeres Haredi tapadas de la misma manera; apenas las puedo distinguir.

Mi compañero me explica la logística para ayudar a estos pacientes. Hadassah es una facilidad con 1100 camas que atiende a mas de un millón de personas de uno de los territorios más poblados del mundo. Ha servido a ambas comunidades, incluso durante la violenta segunda Intifada, lo que le dio a Hadassah la nominación para el Premio Nobel, el único hospital que ha recibido ese honor.

Hadassah hace todo esto con un presupuesto que es más del 90% filantrópico. Comparable con un hospital americano que atiende a casi 39 millones de americanos, en vista de un conflicto ardiente y casi completamente financiado por organizaciones de patrocinios. A pesar de que estas donaciones son casi (no por completo) provenientes de la comunidad judía internacional, también existen patrocinios musulmanes en Turquía y Marruecos. Muchos de los pacientes de Hadassah son árabes musulmanes de territorios palestinos. Hadassah ha entrenado a más de 73 residentes palestinos en los últimos años, y ahora busca la oportunidad de entrenarlos como sub-especialistas, reconociendo la necesidad de plantar en las comunidad palestinas recursos médicos. A falta de especialistas, incluyendo especialistas en cáncer, frecuentemente los pacientes deben ser atendidos en Israel, en Hadassah Ein Kerem o Hadassah de Monte Scopus, alejados de sus seres queridos.

El Dr. Weintraub habla de los retos prácticos de su trabajo, de la manera que solo un medico dedicado puede manejar, cuando lleva tanto tiempo con sus pacientes. Los enfermos, especialmente los niños, no deberían tener que viajar largas distancias, cruzar fronteras y estar alejados de sus familiares. Una comunidad que está sufriendo se podría tranquilizar si tuviera su propio oncólogo especializado. Los médicos palestinos que aspiran ser especialistas, merecen la oportunidad de recibir la educación en sus comunidades, para comprometerlos con servir para su propia gente, en vez de tener que recibir tratamiento en otros lugares.

En los próximos días, las mismas estadísticas saldrán al tema cuando conozca a la Dra. Osnar Levtzion-Korach, directora de la Universidad de Hadassah en Monte Scopus y al Dr. Hani Abdeen, el ministro palestino de salud, quien actualmente es el director en la escuela de medicina en Al Quds University Medical School en el este de Jerusalén. Varios residentes médicos y facultades israelís y palestinas se ven igual. Tienen el mismo objetivo: servir a sus comunidades, ofrecer la mejor educación a sus futuros médicos y sobre todo, cumplir estas metas colaborando juntos.

Me llevo esto a pesar de todas las distracciones que existen en un ambiente tan extraordinario. En lo que mis compañeros hablan, les hago notar la gran diversidad del hospital. Para mí, quien practica en el este de Riyadh, Arabia Saudita nada podría ser más extraordinario que la intimidad, respeto, solidaridad y sentido de comunidad que sentí, una comunidad que se dio a conocer sin palabras, sin idiomas en común, pero al mismo tiempo fue completamente tangible. Mientras estaba en Hadassah, muy seguido me encontraba soñando e imaginando mi mundo en Riyadh si algún día se poblará de pacientes judíos junto con pacientes musulmanes; colegas judíos con colegas musulmanes. Al principio me pareció difícil de imaginar, y al regresar a mi tierra, completamente imposible de suceder.

En el pasillo, una madre musulmana atrae mi mirada. Trae puesta una abbayyah verde esmeralda y un pañuelo para la cabeza del mismo color. Sus ojos están hermosamente alineados, y sus labios con brillo. Veo cómo ayuda a su hijo a instalarse en un cuarto, el cual, posteriormente, abandona por un momento. Parece estar en casa y me pregunto cuánto tiempo lleva enfermo su hijo. Al analizarla, me encuentro recordando a todas mis compañeras y todas mis pacientes de Arabia Saudita. Nos quedamos mirando por un momento y sentimos cierta conexión. Momentos después, se va y la miro desde atrás. Notó una Mezuzah colorida en el marco de la puerta del cuarto del niño, y efectivamente hay una en cada uno de los cuartos de Hadassah. Me imagino al hombre que colocó cada una de ellas para familias que jamás iba a conocer. En este acto, está la humildad de Hadassah. Qué afortunados son aquellos que son tratados en este hospital, que a pesar de la avanzada tecnología e innovación, bendice a cada paciente con el Shemá, la plegaria de Dios. Esto captura cierta riqueza que ni las fuentes, jardines o mezquitas de Riyadh se pueden comparar.

El siguiente día en Hadassah de Monte Scopus, estoy por visitar la sala de emergencia. Mi guía se frena para ayudar a un paciente, que ambos notamos, está angustiado. Me pide que espere y veo cómo desaparece en el corredor. Es raro que un médico pase tiempo en la sala de espera, por lo que disfruto del tiempo restante mientras analizo una vista que pocas veces puedo experimentar.

Sentada entre ciudadanos de Jerusalén, a mi alrededor escucho el suave murmuro de las familias en lo que esperan ser atendidos. Veo familias árabes que podrían ser de Malaaz o Riyadh. Gente ordinaria, cubierta o thobed, ofreciendo canastas de alimentos básicos. Puedo oler el cardamomo que las familias en Riyadh llevan con ellos para el delicioso café árabe. Una vez más en Israel, me transporto a Arabia.

Sentados en la misma zona, veo familias que pude haber atendido en Maimonides, Nueva York, si hubiese aceptado el trabajo que me ofrecieron. Es difícil pensar que no estoy en Brooklyn, cuando veo hombres altos, recatados, con peyes y sombrero negro formal, acompañado a sus modestas esposas. Me miran sin curiosidad alguna. Me mantengo desapercibida ya que descubro que de alguna manera pertenezco. Posteriormente me doy cuenta que no hay segregación de parte de hombres y mujeres, tampoco de los musulmanes o judíos, ni de Israel y Palestina, de lo contrario hemos formado a una sola persona.

Estos son algunos de los recuerdos que me llevo de la visita a Hadassah, recuerdos que valoro cuando leo los momentos difíciles por los que el hospital está pasando en estos momentos. Visitando a mis compañeros y a sus pacientes, entrando a los espacios familiares donde viví más que nunca, finalmente veo a Israel como debe ser. Israel es un lugar de sanación y recuperación para todos aquellos que llegan, un lugar donde el respeto se concede a todos los seres humanos. Israel es un lugar donde la paz no solo está encendida, sino que permanece. Al dejar la Ciudad de Oro, a pesar de que es mi tercer viaje a Jerusalén, me doy cuenta que es la primera vez que veo Yerushalayim Shel Mala, el Jerusalén cósmico, donde la paz se conoce como Hadassah y hace su humilde y sencillo nido en un lugar que Dios y su gente conoce como Israel.